Pero, por supuesto, no sólo hubo mala suerte y miseria: también hubo humor. Podrías volver loco a alguien ofreciéndole un sonajero inexplicable. Para ello, por ejemplo, escondió una piedra detrás de uno de los tapacubos delantero y trasero. Si se encontraba un guijarro con relieve, siempre se disfrutaba del segundo. También siempre es divertido: lanzar una pelota de ping-pong por la abertura del tanque. Es muy probable que en ese momento llegara al tanque de gasolina. Y luego tuviste otro traqueteo inexplicable, pero sólo cuando el tanque estaba casi vacío y la pelota de ping-pong seguía golpeando el fondo del tanque... ¡Qué bien! Así hiciste amigos para toda la vida. Eso fue casi tan divertido como untar vaselina en las escobillas del limpiaparabrisas de alguien...